(por Ana Martinez en “elpequenoespectador.es”)
“Cuando entramos en la sala, no sabíamos qué encontraríamos allí dentro. El esquemático y sobrio escenario negro montado en el centro no sorprendía, más bien corroboraba lo que ya sabíamos, que sería una obra de marionetas. Pero lo que no sabíamos era que se trataría de un espectáculo de marionetas nada convencional, puesto que las marionetas estaban hechas con materiales cotidianos (lo cual sorprendió y gustó mucho a los pequeños espectadores) y que además, nos llevaría directamente a la antigua Grecia para enseñarnos la historia de Orfeo y Eurídice con todo lujo de detalles, conservando en todo momento la esencia de este relato mitológico y presentándola de una forma elegante y sencilla, combinando elementos trágicos con elementos cómicos, a través de un lenguaje poético, melodías armoniosas y referencias humorísticas que arrancaban las tímidas carcajadas de un público que se mantenía en un constante estado de expectación y concentración.
Fue un viaje mágico gracias a la combinación entre las marionetas y el teatro, la comunicación entre el cuerpo de las intérpretes y los diferentes objetos que intervenían en la obra era tal que en ocasiones lograban integrarse como si de un solo ser se tratase, todo esto acompañado de un melódico y armonioso texto que contribuían a la creación de un lenguaje escénico único. Y así precisamente es como lo vivieron los pequeños espectadores, quienes quedaron fascinados por esta combinación: “qué raro ha sido, era como si las personas y las marionetas fueran uno solo” (Jaime, 7 años), “no podía parar de mirar, era como ver a las personas en los objetos, ni en las pelis pasa eso” (Julia, 10 años). Lo cierto es que fue una obra impecable e inspiradora, llena de objetos y simbolismos que enganchaban al espectador y le guiaban por un camino de infinitas emociones mientras narraban la historia de los protagonistas con un lenguaje armónico y cautivador que dejaba completamente hechizado al público, en un estado constante de expectación y ansiosos por saber qué pasaría a continuación. Tal fue la conexión que consiguieron con el público que cuento terminó la obra se notó una generalizada sensación de decepción, no porque la obra no estuviera a la altura, al contrario, fue porque querían más, el público estaba tan ensimismado que no se podía creer que ya hubiese terminado ese viaje, no queríamos que terminase aún.
Algunos espectadores abandonábamos la sala recitando las pegadizas melodías, otros recitaban frases de la obra y otros seguían asimilando todo lo que había pasado dentro de la sala, signo de que se trata de una obra que llega al espectador y deja huella. Lo que no me esperaba yo es que, al llegar a casa con mis pequeños espectadores, estos arrasarían en la cocina con cucharas de madera, trapos y otros elementos para crear sus propias marionetas y escenificar leyendas de la mitología griega. Desde luego se trata de una obra inspiradora que no deja indiferente a nadie.»