(por Esther Pulido en “ arsdramatica.blogspot.com”)
“Ayer mi hija pequeña y yo vimos una historia de mar y de amor. Fuimos al Teatro Calderón a ver la Sirenita de La Canica Teatro y salimos de allí muy enamoradas, la verdad. Cuando voy con niños al teatro, trabajo siempre con las expectativas: intento que disfruten el espectáculo antes, durante y después, que es algo que sólo los niños y los adultos que sienten como niños, pueden hacer. Para jugar con las expectativas, suelo hacerles preguntas sobre lo que creen que van a ver, les cuento un resumen del argumento o les pido que imaginen qué son los componentes del decorado y cuál va a ser su función en la historia. Ayer lo tenía difícil, porque el argumento era archiconocido, no había ningún folleto con información sobre la compañía o el montaje y en el escenario nos encontramos el telón negro de la Sala Delibes: cero expectativas. Intenté el plan b:
-Me han dicho que esta sirenita quiere cambiar el curso de la literatura infantil.
-¿Qué significa eso, mamá?
-No estoy segura, pero espero que al menos tenga cola de pez…
-¡Mamá!
Trabajar sobre un cuento clásico es muy tentador para la mayoría de las compañías que hacen teatro para niños, pero no siempre es garantía de éxito, porque a veces el clásico se resiste a las adaptaciones y otras veces el público infantil, que no es tan fácil como algunos creen, se rebela contra la versión moderna. Mientras esperábamos que empezara, mi hija y yo nos formábamos nuestras expectativas: ella, intentando atisbar el escenario y yo, imaginando qué habría hecho La Canica con el cuento de Andersen.
Después de haber visto el montaje, puedo decir que La Canica ha mejorado el cuento, puesto que el pobre Andersen tenía una buena historia a la que dio el sentido dramático característico del siglo XIX, pero nosotras ayer pudimos disfrutar de toda la ternura de esta historia con un enfoque humorístico que nos hizo reír a carcajadas de principio a fin.
El teatro de títeres es un poco cruel con los actores porque su finalidad normalmente es que sean transparentes para el público. Esto era difícil ayer porque nos pusieron por delante a dos actrices de primera que nos encandilaron desde el primer momento con su Sapore di sale: Eva Soriano y Marisol Rozo. Ambas se movieron como peces en el agua por el espacio escénico, convirtiendo el espectáculo en un conjunto de efectos sinestésicos que percibíamos con diferentes sentidos a través de la danza, la música y la voz de las actrices.
En las manos de Eva y Marisol vimos evolucionar a Martina, una sirenita que no quería enamorarse, y a Martín (mi personaje favorito) un vaquero de Lugo al que no le gustaba demasiado el olor a pescado. La escenografía era muy sencilla, con cajas de madera y retazos de tela. Los títeres eran un ejemplo de reciclaje en grado extremo (el sujetador de la sirenita no son dos vieiras, sino un colador de té). Cuando el texto es bueno, no hace falta más: los niños son capaces de ver un pato o un caballo, según el argumento, donde los adultos vemos una bota.
El texto de ayer, a cargo de Pablo Vergne, era muy bueno, Él también trabaja con las expectativas, juega a sorprender al espectador que espera una cosa y descubre otra. El sentido del humor, la ingenuidad y la ternura viajan por los diálogos con un lenguaje infantil, repetitivo, divertido y espontáneo que nos encandiló durante toda la obra. Yo ya sabía que este montaje tenía el premio al Mejor espectáculo de Títeres de FETEN 2016, lo que no sabía era que La Canica Teatro y su director tenían tantos premios que se han visto obligados a dedicar a ellos una página entera de su web, ahora lo entiendo.
Desgraciadamente los 45 minutos pasaron muy rápido y esta sirenita tan poética, que finalmente sí tenía cola de pez, nos dejó con ganas de más y de mar. Nos fuimos de la sala con esa sensación agridulce y la esperanza de que La Canica Teatro vuelva pronto a atracar en un puerto cercano.”